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La ribera del Júcar ha sido siempre una excelente vía de penetración entre las tierras del Levante y la Meseta y dicha permeabilidad ha permitido un continuo y permanente trasvase de culturas y asentamientos en estas tierras de nuestro nordeste provincial, donde se encuadra el municipio alcalareño.

En su demarcación se pueden encontrar  algunos poblamientos de la Edad de Bronce y no es difícil hallar vestigios de épocas ibérica  (el abrigo de Horna, por ejemplo, entre Alcalá del Júcar y la Recueja) y romana.

De su pasado musulmán nos hablan las murallas almohades que encrestan la población. Su nombre actual parece derivarse de Alcarrá, árabe, topónimo de significado aún no conocido, pero que no parece ser, como muchos han sostenido, el de “casa de Dios, o de oración”. El territorio fue reconquistado por las armas cristianas en 1211, hace ahora ochocientos años.

El 30 de mayo de 1267, el rey Alfonso X el Sabio configuró el extenso municipio de Jorquera, que ocupaba casi toda la parte nororiental de la actual provincial albacetense, dotándola con numerosas aldeas, siendo una de ellas Alcalá del Júcar. Luego pasó a formar parte del dilatado señorío de Villena, a finales del siglo XIII, y en él permaneció hasta su disolución en el siglo XIX, siendo Jorquera y Alcalá del Júcar dos de las pocas villas que los Reyes Católicos les permitieron  conservar a sus propietarios, a quienes les habían arrebatado la gran mayoría de sus tierras como castigo por su toma de partido por la Bertraneja.

Alcalá del Júcar dejó de ser una aldea de Jorquera cuando, en 1364, el rey Pedro I le concedió el privilegio de villazgo, reconociéndole término propio y facultad para autogobernarse pudiendo nombrar a sus propios cargos municipales.

La villa se regía por dos alcaldes, dos regidores y dos alguaciles, pero en los siglos XVII y XVIII, los titulares de la casa nobiliaria ya poseían el derecho a nombrarlos de entre una lista de doces candidatos propuestos por el vecindario, sin que pudiesen alterar los puestos para los que habían sido elegidos. Para ponerlos en sus cargos, el corregidor de Jorquera (nombrado por la Casa de Villena para ejercer de juez/gobernador en la demarcación), acudía a la villa para legitimarlos, acto público y solemne por el que cobraba cuatrocientas cincuenta y dos reales. Este derecho lo mantendrían los señores hasta el primer cuarto de siglo XIX, cuando se apagó el señorío.

El poblamiento de Alcalá del Júcar siempre fue dificultoso debido a las especiales características de sus arriscadas tierras, poco provechosas para las labores agrícolas. Desde finales del siglo XV y a lo largo de todo el siguiente, la villa se fue despoblando y sus habitantes fueron emigrando para colonizar las tierras altas de la llanura.

En el siglo XVII su población disminuyó notablemente debido a que muchos vecinos abandonaron sus casas, tratando de buscar trabajo en las tierras levantinas que habían dejado los moriscos valencianos tras su expulsión, y también a que fueron víctima de las grandes mortandades ocasionadas por las constante presencia de la peste en la comarca durante toda la centuria.

Los primeros años del siglo XVIII se abrieron con una orden de la Casa de Villena (que había apostado por la causa de Felipe V frente a la del aspirante Carlos)  para que todos los vecinos se pusieran con sus armas y haciendas del lado del Borbón, lo que acentuó la crisis económica de los habitantes y el despoblamiento de las tierras; no obstante, fue una época en la que se roturaron nuevas tierras y se multiplicaron los cultivos, especialmente en sus aldeas (Las Eras, Casas del Cerro, Zulema, La Gila, Tolosa), situadas  en las tierras altas, lo que ocasionó un crecimiento económico y demográfico importante que se dejó sentir a lo largo de toda la segunda mitad de la centuria.

Administrativamente Alcalá del Júcar se integró en la provincia de Cuenca, permaneciendo en ella hasta la creación de la de Albacete, en  1933.

En lo eclesiástico, la parroquia con sus anejas las de Alborea y Villatoya desde los primeros años de su creación fue incluida en la Diócesis de Cartagena, formando con Jorquera y Ves sus enclaves más septentrional.

 

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